viernes, 25 de diciembre de 2009

presente


La pregunta no es por qué me pasa la que me pasa y si tiene algún sentido o alguien me está haciendo la pascua.

La verdadera pregunta es QUE PUEDO HACER CON LO QUE ME ESTÁ OCURRIENDO, cómo quiero vivirlo y, sobre todo, QUE PUEDO APRENDER PARA SER MEJOR PERSONA.

Podemos pasarnos la vida entera dando vuelta a lo que nos ha ocurrido o intentando saber por qué justo a nosotros nos pasa esto... pero es tan improductivo como el lamento.

Lo importante es saber qué es lo que quiero hacer a partir de ahora, qué es lo que la vida me está pidiendo justo ahora mismo, con esta circunstancia que se me presenta. Porque lo único que tenemos es el presente y este es el que tenemos que vivir, disfrutar y exprimir.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

GUERRA Y PAZ

Ya desde Tolstoi parece que los dos términos están enfrentados...
salvo para quienes otorgan premios-nobeles-de-la-paz a quien manda soldados a la guerra...
Mí no comprender...
¿De verdad hay alguien que entienda que para tener paz hay que preparar la guerra?
digo alguien aparte de los nobeles y los fabricantes de armas...

lunes, 7 de diciembre de 2009

PILDORAS DE CIANURO

PÍLDORAS DE CIANURO

Tengo grabada en mi memoria cinematográfica la imagen de los espías a quienes se ofrece, para el caso en que se vieran inexorablemente atrapados, una píldora de cianuro (en mis películas a veces estaban hasta camufladas en la funda de los dientes). Siempre existía la posibilidad de acabar con su vida. No sé si, en realidad, alguno las llegó a usar. Aunque se que ciertamente se han usado cruelmente contra algunas personas. Pero hoy quiero recordar la imagen del espía que se ve en la tesitura de decidir si es el momento o no de usarla.
Hay un cuento de H.C, Andersen, titulado “La Farola” que nos presenta una versión parecida. La vieja farola está a punto de jubilarse y la van a retirar. Sus amigos le ofrecen un regalo cada uno: el viento, la clarividencia y poder para mostrar a los demás imágenes fantásticas de sus viajes por el mundo; una estrella, el don de proyectar lo que ve o imagina para que lo vean los demás… siempre que la farola (vieja farola de vela de cera) estuviera luciendo. Una gota de agua le hace un regalo peculiar: “Me meteré dentro de ti de tal manera que tendrás la propiedad de transformarte, en una noche, si lo deseas, en herrumbre, desmoronándote y convirtiéndote en polvo”.
A la farola no le hizo mucha gracia. Pero, bien mirado, no es un regalo cruel, sino compasivo para una farola que teme con todas sus fuerzas ser fundida, aniquilada por el fuego.
La posibilidad de la píldora de cianuro, la autodestrucción, está presente con mayor o menor fuerza en cada momento de nuestra vida. Porque hoy estoy y mañana quizá no estoy; y porque a veces lo vemos como una salida a circunstancias que vivimos. Hoy esta imagen de la píldora mortal, el hecho de pensar que todos podemos tener una –real o imaginaria- a mano, me hace darme cuenta de que soy única, absoluta e inevitablemente responsable de mi propia vida. Porque sé que el fin existe y soy como un espía con capacidad para aniquilarme, porque conozco, asumo la responsabilidad de mi vida y me preparo para contestar a las preguntas que la vida me plantea.
No hace falta cianuro para autodestruirse, porque hay formas de hacerlo de manera que, poco a poco, nos oxidamos y llenamos de herrumbre por dentro hasta convertirnos en polvo.
El mensaje de la píldora de cianuro es el siguiente: Cada uno vivimos nuestra vida y somos los únicos implicados en nuestro bienestar, satisfacción y aprovechamiento.
El prisionero número 119.104 de los campos de concentración alemanes, tuvo que prometerse a sí mismo no renunciar a la vida. La forma en que algunos compañeros lo hacían estaba siempre a su alcance: lanzarse contra la alambrada electrificada. Un esfuerzo consciente por renunciar a esa opción le supuso seguir con vida. Y gracias a ello tenemos acceso a su pensamiento: un nueva forma de entender al hombre y la terapia. El nombre del prisionero: Victor Frankl.
Precisamente porque tengo en mi mano la píldora, la gota de agua o la alambrada, justo porque sé que la vida es limitada y está en mi mano el poder acortarla más, he de plantearme porqué quiero seguir y no hay nada más sugerente que tener ante sí mismo la responsabilidad de la propia vida. Porque puedo vivir sin darme cuenta de lo que hago o vivir conscientemente. Si es así, en cada momento me preguntaré qué es lo correcto y procuraré actuar de acuerdo con ello. Si olvido que tengo un límite en el tiempo, dejaré lo importante para más tarde, siempre pospuesto,… No lo haré así si me doy cuenta de que debo y quiero ser responsable. Soy responsable de lo que decido. Mª Ángeles Noblezas, vicepresesidenta de AESLO comenta acerca de ello que: “La responsabilidad es esa capacidad de responder libremente a las preguntas que ofrece la vida, en cada situación en que nos encontramos, así como de asumir las consecuencias o efectos de nuestras elecciones”. Según ella, la responsabilidad radica en que no somos omnipotentes y somos por tanto responsables de algo (libertad frente a los instintos y al deseo de placer) y libertad ante algo, llámese divinidad o conciencia personal. LEWIS, filósofo que pasa por la experiencia de la muerte de su esposa, aporta una reflexión interesante acerca de la responsabilidad: “Muchas escuelas de pensamiento nos animan a quitar de nuestros hombros la responsabilidad de nuestro comportamiento para adjudicársela a alguna necesidad inherente a la naturaleza de la vida humana, y por consiguiente, en forma indirecta, al Creador”.
El planteamiento es este: imagina que tienes la posibilidad de la píldora de cianuro o, más poéticamente, de oxidarte hasta deshacerte, ¿qué haces? Porque en cada momento puedes vivir como si esa píldora estuviera a punto de hacer efecto y siempre a tu alcance como algo posible. Sí, es un juego de la imaginación, pero ¿no te resulta sugerente pensar cuáles son tus razones para mantenerte?
La respuesta la encontramos cuando no nos planteamos por qué ocurren las cosas, sino para qué. No es correcto preguntarse por qué tengo una píldora o una gota de agua dentro de mí, sino para qué, buscando una respuesta que nos haga sentir llenos y con ganas de seguir adelante. Las cosas siguen siendo las mismas, pero mi forma de afrontarlas es distinta, porque quiero responder a esta pregunta que la vida cotidiana me presenta. Cuando encuentro una respuesta, mi vida se llena de sentido, pero de un sentido que se construye a través de cada uno de los paraqués a los que he conseguido responder.
Normalmente, encontramos motivos que nos hacen seguir adelante. Y los descubrimos en:
o Lo que doy al mundo, lo que hago; nuestro trabajo, nuestros actos, lo que conseguimos, esté o no remunerado, porque a veces lo que más me gusta no es precisamente aquello por lo que recibo una paga; cuando somos capaces de disfrutar de lo que hacemos, estamos encontrando un aliciente; somos niños que disfrutan haciendo figuras de plastilina; cuando enfrento mi trabajo como una oportunidad, crezco y, al crecer, me engrandezco. Y si soy libre para encontrar el valor del trabajo, también lo soy para lo contrario, para vivirlo desde la amargura. Y está en mi mano decidir qué actitud tomar. Cualquier trabajo o labor puede ser una fuente de sentido no ya por lo que se haga, sino QUIÉN y CÓMO lo haga. Aquí está la clave para que el trabajo tenga un sentido.
Algunas personan no encuentran en su vida otra forma de alcanzar sentido y se pasan la vida en un puro hacer, hacer y hacer…nada es más importante que hacer, hacer, hacer,…
Existe una idea generalizada de que mediante el trabajo nos podemos sentir realizados. La gente espera que el trabajo les haga sentirse completos. Estamos pendientes, de nuevo, de algo externo y espero que sea el trabajo el que me haga sentir realizado, pero ¿acaso no soy yo el que puede hacer que el trabajo tenga sentido y capacidad de realización? Poner la fuente de sentido en algo externo y a veces circunstancial (los trabajos pueden no ser eternos y el tipo de trabajo depende de las condiciones laborales) es un error. ¿Qué ocurre cuando tengo un trabajo que no me gratifica o que no me gusta? ¿Ya no puedo encontrar el sentido? ¿Renuncio? Creo que en este y en otros momentos hemos de recordar que somos capaces de decidir libremente la actitud que queremos adoptar frente a un trabajo que me gusta más o menos: me amargo o lo aprovecho.
o Lo que recibo de la vida: Las personas a las que queremos nos hacen descubrir que nuestro vivir vale la pena; el amor que sentimos, el que damos y el que recibimos, ese nos hace ver que las cosas son mejores y que vale la pena la vida; ¿qué haría un espía con su píldora si le espera alguien a quien ama?
También podemos encontrar un motivo en esos momentos en que lo que nos sucede no es agradable; cuando el sufrimiento inevitable aparece, cuando la muerte hace acto de presencia o la culpa nos quema por dentro. Porque en ese momento también puedo decidir qué actitud quiero tomar, si me voy a dejar llevar por lo negativo o voy a saber responder tal como seguramente yo mismo espero de mí. Todos conocemos historias en que las personas se han sobrepuesto a lo negativo y reconocen que para ellos ha sido un aprendizaje. Vivir la muerte es una ayuda para la vida. Por un lado, ayuda a relativizar: nada es tan grave; nada es tan terrible; si la perspectiva es el fin este problema que ahora me absorbe, esta situación que me desespera… ¿se mantienen si pienso que no se cuando puede acabarse todo? ¿no es todo un poco más relativo si pienso en la píldora de cianuro? Por otro, nos permite vivir la vida con agradecimiento y disfrutando de cada cosa porque se que también es finita; el presente se vive de forma distinta cuando no olvido el fin natural; nos ayuda a ser más responsables y a decidir con libertad.
La muerte es algo que a todos nos sucede.
“Un ser humano es auténticamente maduro cuando llega a esta conclusión: Si la muerte le llega a todo el mundo, entonces yo no puedo ser una excepción. Una vez que dicha conclusión penetra en lo más profundo del corazón, la vida ya no vuelve a ser igual. No se puede seguir apegado a la vida como antes” (Osho, 2007, p.-15)
Las filosofías y psicologías no han encontrado una explicación o una forma de entender a qué se debe este corto paso por la vida, qué hay antes y qué después.
Sólo vas a vivir una vez, ¿cómo quieres que sea tu vida? ¿qué quieres que sea? Has de ser responsable de tu vida, porque lo que decidas hacer quedará hecho y lo que no hagas nadie lo podrá hacer por ti. Depende de ti y nada más de ti lo que quieres salvar del no ser para hacerlo presente, vivirlo, realizarlo. Si no olvidas que la muerte está siempre en todo momento a nuestro lado, harás un esfuerzo por ser responsable de tus actos. Porque la muerte no es algo puntual, sino que vamos leyendo algunos signos que nos hablan de ella, por ejemplo, al ver que las cosas son caducas, limitadas, temporales,... como nosotros.
Mis píldoras de cianuro me recuerdan mi finitud, que no somos eternos; somos limitados; por más que quiera conseguir algo, no tengo todo el tiempo del mundo; esto me enfrenta a la necesidad de decidir; y cuando decido, dejo alternativas sin seguir y puedo equivocarme; y por eso he de actuar siempre con la máxima responsabilidad. Así, podremos decir como los indios americanos: “Nosotros somos la raza que sabe morir” (Soldado Fiero, Apache).
En cuanto al sufrimiento, casi todas las teorías psicológicas hacen agua cuando se trata explicarlo. A lo máximo que llegan es a aceptar que existe y acompañar al que sufre. Desde distintos ángulos se ve el sufrimiento como algo que se debe evitar: hay que hacer que la persona sea feliz; y empeñamos todos nuestros recursos para conseguirlo.
Sin embargo, podemos convertir el sufrimiento en una posibilidad de crecimiento, de realización del sentido. Y eso está en nuestra mano si sabemos enfocarlo de la manera adecuada.
La verdad es que no está muy de moda, porque todos los esfuerzos de la sociedad van en línea de alejar el sufrimiento y convertirnos en perfectos felices. Y como no podemos serlo del todo somos permanente frustrados en este deseo y nos enfrentamos combativamente a lo que nos produce infelicidad. Por eso pensamos en la gota destructora, pero puedo adoptar una postura ante ello; quiero citar a un autor cuyo libro ha visto la luz este mismo año, Randy Pausch, enfermo de cáncer que decide dar una última lección en que intenta transmitir a los oyentes y, a largo plazo, a sus hijos aún pequeños, lo que es más importante para él de la vida; en este contexto nos dice: “No podemos cambiar las cartas que se nos reparten, pero sí cómo jugamos nuestra mano”.
Seguramente no tenemos que pasar por situaciones complicadas; seguramente no hemos tenido que preguntarnos en MAYÚSCULAS el porqué y para qué de nuestra vida, pero sin duda han surgido las preguntas en minúscula, esas de andar por casa, en búsqueda del sentido de cada cosa, situación o momento.
Nadie puede responder por nosotros a nuestra pregunta, porque cada uno conocemos lo que nos hace sentirnos más humanos, más personas. Nadie puede elegir por nosotros el momento en que dejamos que la gota de agua que nos han regalado empiece a oxidarnos,… Pero cuando cuento con la presencia de esa gota en mí, de esa pastilla venenosa que me recuerda que “la muerte siempre presente nos acompaña en nuestras cosas más cotidianas y al fin nos hace a todos igual”, como canta Blas de Otero,… entonces aprendo a comprender esta vida; porque precisamente algún día no seré es por lo que debo ser, ahora, hasta el final, hasta las últimas consecuencias.