martes, 26 de julio de 2011

ALMENDRAS ROTAS

Almendras rotas

Recuerdo cuando era pequeño y nos mandaban partir almendras. El trato era que cuando una se rompía, nos la podíamos comer. No queda bien una almendra rota. Confieso que, de vez en cuando, mis hermanos y yo dábamos un golpe más fuerte de lo normal para que alguna almendra, aleatoriamente, quedará sin pasar el control de calidad…. nos la pudiéramos comer tranquilamente, casi sin remordimientos, digo casi porque todos sabíamos cuando a alguien se le escapaba un martillazo.

El otro día me acordaba de esto y de esa sensación que no cesa de querer traer a mi terreno las cosas que pasan, de dar un golpe fuerte para que la almendra se parta más de la cuenta o, lo que es lo mismo, acomodar la realidad a mi deseo.

Es cierto. Muchas veces me gustaría que las cosas funcionaran igual que en esta tarea: si tengo ganas de comer un almendruco, basta un golpe para conseguirlo. Solucionado. A esperar una nueva rotura accidental o a provocarla. La solución no es compleja. En este caso sí puedo hacer que la realidad me sea favorable. Pero, para bien o para mal, esto no es lo habitual en la vida. No hay forma de acomodar la realidad a lo que deseamos y las cosas suceden queramos o no. Y no hay remedio muchas veces, porque no tenemos el control sobre todo lo que nos sucede ni tenemos la obligación de tenerlo. Ojalá en momentos de mi vida en que las cosas no van como yo quiero tuviera la misma facilidad para transformar las cosas: problemas, relaciones, acontecimientos… que no puedo transformar a mi favor.

Creo que debo aprender a vivir con las almendras que se rompan por sí mismas, con las cosas que me presenta la vida. Me apetezca o no… esto es lo que hay. No estamos tan lejos de aceptar lo que no podemos cambiar, ¿verdad? Pero no aceptar sin remedio, sino intentando aprender de cada cosa que sucede lo que justo en ese momento me quiere transmitir.