El perdón no depende de si tú
quieres que te perdone, sino de si yo te quiero perdonar. Porque el perdón es
una decisión personal, una decisión del corazón. Perdonar, entonces, se
convierte en una decisión, mediatizada por cerebro y corazón, en que se
implican nuestra libertad y responsabilidad. La libertad de elegir lo que
quiero hacer con lo que me han hecho y la responsabilidad de dar una respuesta
a esto que la vida, ahora, me plantea. El ser humano es el único animal que
siente culpa. Pero estamos por encima del sentimiento para, como forma de
superarnos a nosotros mismos, tomar una opción.
Mi perdón no depende de si me lo piden o no; el que lo pidan o dejen de pedir es un añadido; el perdón nace de dentro de uno mismo. Que el otro reconozca su responsabilidad o culpa, ayuda, pero no se trata de esto. En situaciones en que lo que nos sucede no tiene relación directa con una persona (catástrofes, atentados,....), sería imposible entonces perdónar, porque nadie nos va pedir clemencia. El perdón no depende de que el otro reconozca el mal que ha hecho, sino de una decisión personal. . Cuando se pide, se otorga; cuando no se pide, se regala.
Perdonar supone tomar las riendas de lo que quiero hacer con lo que me ha pasado. No voy a dejar que me amargue la vida, por ejemplo, no voy a repetir el mismo comportamiento (abusador que abusa, por ejemplo, maltratador que maltrata, hiriente que hiere). Decido desanclarme de lo ocurrido. Frankl habla de no dejar que el pasado esté interfiriendo en el presente. Lo pasado, pasado está. El presente es lo que tengo delante y en base a las decisiones que ahora tomo, construyo el futuro.