Porque cada llanto no llorado no se pierde ni deja por eso de existir. Y cada lamento no expresado a tiempo se transforma en un fantasma que más adelante puede resultar complicado vencer.
El dolor, duele. Las penas, se lloran.
Los duelos se tienen que vivir en el momento y es lo mejor que nos puede ocurrir. Porque dejar el duelo sin cerrar supone no haber completado la acción y queda pendiente para la siguiente ocasión similar o medio parecida. A veces no somos capaces de enfrentar la pérdida que supone el duelo en el momento. Nuestro cuerpo y mente -que de todo somos en un batiburrillo- rechazan el enfrentar la situación. Pero no por ello desaparece. Si necesitamos tomar carrerilla para enfrentarlo luego de una forma más adecuada, adelante; pero si nos negamos a aceptar que existe y que el dolor molesta lo único que conseguimos es aplazar el sufrimiento. Pero hasta en esto sacamos a veces ventaja.
Lo mejor ... lamentar lo que duele justo cuando molesta. Aceptar que las cosas no ocurren como deseamos o como imaginamos, sino que pasan a veces contra nuestra voluntad. Que no somos omnipotentes y a veces las cosas van mal. Y aceptar que el duelo es una etapa que debemos y queremos vivir para que no se atrofie ni estanque y nos permita vivir sin cuentas pendientes.
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