Me gusta pensar que las personas que han formado parte de nuestra vida y ya no están, han dejado huella en nosotros y nos transmiten el legado de todo lo que, para ellas, era importante en su vida. Y la forma de honrar su vida es aceptar o, por lo menos reconocer, que podemos tomar en nuestras manos todo aquello en lo que creyeron y lo que defendieron, para convertirlo en parte de nuestra forma de vida.
El legado se acepta o no. Nada, legalmente, nos obliga a asumirlo. Es el resumen de toda una vida que se nos ofrece para ver qué decidimos.
Cada persona transmite lo que vive. En mi caso, reconozco que de mi padre aprendí a tener siempre un hueco en el corazón para los demás, a esperar siempre con los brazos y el alma abiertos a los otros. De mi madre, el servicio, ese estar pendiente de lo que necesitaban los demás. Por encima de sus necesidades (acepto su vida, aunque ahora reconozco que es importante no olvidar las propias necesidades). Y acepto estos retos como parte de mi vida. Asumo el legado de la bienvenida y el servicio.
Porque para ellos fue importante, y quiero que lo sea para mi.
Porque de este modo, sigo siendo lo que ellos fueron.
Y una parte de ellos sigue viva.
Cada uno sabe qué transmitió con su vida la persona que ha fallecido. Y, en parte, cada uno decide si quiere honrar su recuerdo con la continuidad. Porque no es obligatorio. Y parte de una decisión personal.
En esta carrera de relevos que es la vida....¿cual es el testigo que recibo?
domingo, 31 de mayo de 2015
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